miércoles, 29 de marzo de 2017

Pop-ema

Permítame aclarar nebulosas repentinas
si el mundo de cabeza no le ofrece bellas flores
a usted que pretendía ese día de palabras
un susurro de la aurora
que enamora y enloquece

Lo cierto es que tantas veces
la mudez jugó doble trampa
que asustado y en el ancla
no miré por la ventana
con la duda de los peces sin el agua
con la boca entrecortada de raíces
sin matices
alejado de sus manos de paloma

No hay aurora mujer
no hay aroma
que sostenga el puente de sus ojos 
sin medida y en reposo
el amor vive siempre atento 

Sin lamentos
He aquí la aclaración:
no le llevo bellas flores 
por buscarle una canción
que sea clara y asertiva
como el día en que su voz
me dijo medio trémula
medio tímida
acá está mi corazón 

lunes, 27 de marzo de 2017

En el silencio nadie tiene rostro

No estoy viejo, la verdad no estoy viejo pero amo el silencio más de lo que debiera. Pasaría días enteros sin decir palabra alguna, acostumbrado al crujir de la arena y a la sal del agua en mi cuerpo. Sin embargo dista esa realidad, tengo que decir lo que sea porque de otra forma no podría participar de la trama.

Ah! acabo de tener la sensación de que mis letras, sobrevivientes a la carne, son leídas en silencio por ojos que sienten lo mismo que yo.

Me parece curioso, la última vez que sentí verdadero silencio -tanto así que muda también la narración interna quedó- otro ser sin dejar de ser yo, miraba como niño el sol en el agua, radiante cual un viejo que por vez primera se desprende de su rostro en un aliento largo, sin retorno, a la luz. 

jueves, 23 de marzo de 2017

Si el tono más alto del sol logra desprenderse del rayo
no es la noche un canto hacia dentro
donde toda la luz se convierte en milagro
donde la luna reposada en el agua
puede unir la puerta del sueño
y toda estrella es un rostro de ojos brillantes

Si así fuera    
si en verdad la distancia es sólo un extremo del alma
el tono más alto del sol 
es el vacío en el hermoso silencio

martes, 14 de marzo de 2017

Sobre tus vértebras
sobre mis vértebras
se anuda una lengua
que tartamudea amor

Sin labios se puede besar

Descansa en mi hombro

Quiébrate conmigo

Amemos la ceniza de nuestros
huesos calcinados

El viento nos llevará a todas partes

Descansaremos en todos los libros

Sobreviviremos en una cama
abandonada hace siglos
Una parte de mi vida
como un pedazo de pan
en el pico de una paloma

Un momento, permiso
voy a encender un cigarrillo

Alguien tiene fuego?

Nadie tiene fuego
Ya no se puede fumar en casa

Voy dejando nota
Perdóneme la letra

Una parte de mi vida como un pedazo de pan en la mesa

A todo le pongo ojo

Soy discreto
Alguien tiene fuego?

Mucho ruido
la conversación aburrida
No voy a leer un poema
no me lo pidan!
no voy a decir nada!

Una parte de mi vida en mi vida

La gente me devora
me dejo comer
El perro que me movía la cola
se queda con un hueso
me sigue moviendo la cola
qué perro más fiel
ya lo he visto correr por el viento

Y bueno
qué me queda
tengo partes de mi vida en todo
y otra parte de mi vida en nada
migajas
y una miga más grande
para borrar un poema
y volverlo a escribir 

Alguien tiene fuego esta vez?


Puedo confiar en un árbol
porque una vez lloré y ni sus brotes más tiernos voltearon a verme
Y aunque sólo deseaba un abrazo
fui yo quien lo dio y ante la inercia aparente
el viento movió las hojas
y me quedé pensando en cosas que me gustaría recordar
un árbol blanco por ejemplo en una cima pequeña
sin ríos ni mares
sólo un árbol blanco
guardado en mi corazón
eternamente deshojado
eternamente frondoso
un árbol regado de lágrimas secas
de risa sin gesto
de paz interior

lunes, 13 de marzo de 2017

EL ÚLTIMO TRINO DEL GORRIÓN / 3RA PARTE / FINAL

Cada domingo era costumbre visitar el cementerio del pueblo. La tradición era simple: repartir claveles y cigarrillos a quienes ya no estaban. Marito era el más entusiasmado con la tradición, ofrendándose así mismo continuas y largas piteadas.

De regreso a Chiu Chiu podía observase los amplios pastizales desteñidos por el sol.  Lo verde se conservaba es cierto pero su tono dorado dominaba el paisaje. Marito observó como el viento semejante a una ola recorría los pastizales más allá de lo que sus ojos podían ver. Sin tener plena claridad de sus sensaciones bajó LA ventana del automóvil, inhaló fuerte y sintió como si todas las cosas vinieran de él. Su paz el viento, su corazón el sol, el río como sus venas, las "lamas" como el amor. Marito perdió la mirada por varios minutos, su hermano Marcos lo observaba mientras en la radio tocaban una suave melodía que se perdía entre corrales y polvo.

- ¿Dónde tienes la cabeza Marito? dijo Marcos
- Debe estar enamorado, replicó mamá Tita
- Me da un poco de miedo cambiarme de escuela e irme del pueblo, dijo Marito
- Tranquilo hijo, harás nuevos amigos, aseguró mamá Tita
- Pero me gustan los amigos que tengo acá, contestó Marito
- Tienes que estar tranquilo. En la noche viene el profesor Antonio, él hizo clases en la escuela donde vas a estudiar, además viene con Natalia. Dijo mamá Tita

Daban las 2 de la tarde en Chiu Chiu y el pueblo recibía a escasos turistas. El pequeño Iván revoloteaba juntos a sus amigos cerca de la escuela. Desde un extremo de la plaza Alina Zorich gritó: ¡Iván a comer! mientras los demás niños se dispersaban entre gritos y risas.

Marito fue en búsqueda de sus amigos, era tarde de pesca. Bajando por la entrada principal del pueblo, Pequita lavaba zanahorias con rapidez y agilidad. En una malla de grueso tejido introducía los tubérculos agitándolos con fuerza hasta sacarle toda la tierra. Su padre lo observaba atento mientras divisaba a Marito cruzando el río.
Con un apretón de manos Marito invitó a Pequita y ambos partieron con la esperanza de pescar las mejores truchas de la temporada.
A tres casas de la sede social de Chiu Chiu se encontraba el pequeño almacén donde trabajaba Luchín el tercer amigo del grupo. Marito y Pequita lo observaron por la ventana mientras Luchín perdido en sus pensamientos se hurgueteaba la nariz sin dar con el rebelde moco. De sorpresa ambos amigos entraron al almacén y dijeron: "A falta de amor te comes los mocos". Luchín contestó: "presénteme a sus primas y me como otra cosa". Los tres amigos partieron riendo

Marcos el hermano de Marito supo de la pesca y se unió junto al tío Marcial, las botas de caucho, los cigarrillos y por supuesto el sedal sobre un tarro de conserva cual una caña de pescar.

A 30 kilómetros del pueblo se encontraba "El Puente del Diablo". Allá se instalaron y esperaron pacientes. "Está mala cosa" dijo Marcial. "Son estos muchachos tienen la cara muy fea, seguro asustan a las truchas" contestó Marcos. "Seguro tú tienes la cara de porcenana" dijo Luchín. Mientras todos al unísono replicaron: ¡porcelana! 

Las risas en las quebradas del río crean ecos largos y aterciopelados sin embargo aquella vez Marito sintió que las carcajadas fueron mucho más allá de lo pensado. Imaginó que en algún lugar del planeta alguien reía sin razón y luego en silencio quedaba sorprendido.

Caía la noche y la ausencia de luna favorecía la pesca. Al fin picaban las truchas mientras Marcial encendía un cigarrillo contemplativo y satisfecho. Recordó sus años de juventud cuando las pesca era entretención y necesidad. Botando el humo por la nariz Marcial dijo: "Cuando era chico venía en bicicleta a pescar y pedaleaba hasta que se acalambraban los pies. Esa vez estuvo buena la noche. Se me hizo tarde y me devolví con el bolso lleno de truchas. Iba contento y con hambre pero de pronto detrás de mí, sentí un zumbido grande, miré hacia atrás y una luz blanca alumbró todo el camino. Me dio miedo y avancé lo más rápido que pude. Peor fue darme cuenta que había perdido todas las truchas. Me cagué de miedo pero más de hambre" sostuvo Marcial. "¿No habrás tomado mucho vino?" dijo Marcos "Un poquito pero el vino no hace que salgan esas luces" afirmó Marcial. "A lo mejor tomó la botella al revés" dijo Pequita y las risas marcaron el fin de la pesca. Esta vez Marcial comería una abundante cena.

Rayito no acostumbraba a maullar pero aquella noche lo hacía  buscando la luna.

Marito ordenaba sus cuadernos repasando imagen tras imagen lo vivido aquel mágico fin de semana. Vio la corbata de su nueva escuela sobre la cama, el uniforme gris y los zapatos negros. Tocó sus labios secos mirando la ventana. De pronto alguien tocó la puerta, era el profesor Antonio acompañado de Natalia. Mamá Tita los recibió con un cálido abrazo. Marito salió a saludarlos tímidamente. "Cómo estás Marito, me dice tu mamá que estás un poco asustado. No debes tener miedo, la escuela no muerde, harás muchos amigos y luego con el tiempo no vas a querer irte. Traje a Natalia para que te cuente su experiencia". Mamá Tita y Antonio fueron a la cocina.

Natalia miró las zapatillas llenas de barro de Marito, le dijo que no tuviera miedo que al principio es raro, que cuesta un poco adaptarse pero todo pasa y después se siente bien, luego conoces gente linda, especial "como tú" pronunciaba. Marito quedó en silencio apenas levantando sus ojos para mirarla. No tengo tanto miedo, dijo, puedo irme a estudiar a otro lado pero sé que volveré todos los fines de semana, sólo que me da un poco de pena no ver a mis amigos siempre y... a ti, que casi ya no te veo.

Ambos siguieron conversando y en forma gradual aparecieron las risas y esas miradas que cuentan lo que algunas palabras ocultan.  Todo amor no importa la edad vive una sed única. Cada página de la vida ofrece momentos irrepetibles que quedan flotando en los ojos, que quedan marcados en alma.

La oscuridad tan rápida como la luz dejó caer toda su fuerza. Marito oyó algunas palabras en la cocina cuando el viejo motor de pueblo así como un viejo auto dejó de funcionar y todo Chiu Chiu quedó a oscuras. Antes que la luz de las velas iluminaran la casa, Marito sintió una leve brisa tocando su rostro. Segundos después los fríos labios de Natalia besaron como la luz al agua su boca. 
Luna en el mar sentía bajo el cielo tan negro y hermoso, su primer beso, su único y amado beso vivía en la eternidad de esa noche infinita.

La luz al pueblo volvió y luego de algunos minutos Antonio y Natalia volvieron a casa.

Al día siguiente el mismo sol que se colaba por las hendiduras del techo despertó a Marito. Era un día especial, tantas cosas nuevas en un sólo corazón. Papá Mario preparaba el auto, mamá Tita el desayuno, Marito su uniforme. 

Al partir del pueblo, Marito volteó la cabeza para mirar a su querido Chiu Chiu. Con sus pupilas cristalinas suspiró y le dijo a su padre "creo que soy feliz". Papá Mario lo miró y esbozó una sonrisa. Marito nunca volvería al pueblo.


viernes, 10 de marzo de 2017

Pero la sombra del pájaro no pudo volar 
Como un polluelo esperaba el retorno 
Así otras tantas sombras
ese día de otoño
yo la esperé
sin esperar
y el mar,
camino del sol en el agua
pensé en decirle a las sombras
que la puerta hacia el sol estaba abierta
pero fue tarde
y de noche
sobre el cielo oscuro
una bandada de sombras se alzó
siguiendo la luz de la luna 

Yo la esperé
sin esperar
y el mar 
esa noche de otoño
los pájaros de mi cabeza
sin sombra ni plumas
no supieron dónde ir
pero al fin una canción de dos latidos
abrió la jaula de mi corazón  

Yo la esperé sin esperar y el mar
el mar...



EL ÚLTIMO TRINO DE GORRIÓN / 2da parte


El viento sopló entre las ramas de los centenarios árboles de la plaza.  Sentados en la misma banca dos ancianos miraban el lento caminar de Marito.
Bajo los pies de la iglesia un grupo de turistas españoles fotografiaban incesantes las tumbas que rodeaban el oratorio. Sacerdotes de otro tiempo dormían la siesta eterna arrullados con el sonido del río. Marito curioso de las aparatosas cámaras se acercó simulando un paseo.

“¡Ey chaval!”  gritó una turista. “¿A mí?” dijo Juanito. “Sí, a ti niño acércate ¿cómo estás?, me llamo Conchita ¿y tú? , “Marito”. “Es un placer, enhorabuena te veo, ven que te enseño a sacar la foto. Sólo debéis apretar acá y eso es todo”

Con gran delicadeza similar como cuando llenaba sus palmas de pegamento, dejándolas secar para retirarlas como piel, Marito tomó la cámara, puso el ojo en el visor, contuvo la respiración y en el momento del “whisky” apareció Natalia detrás de un árbol deshojado. Inmediatamente devolvió el aparato, caminó nervioso evitando cruzar mirada con Natalia pero ella no dio un paso, tan sólo Marito lo hizo rodeando la iglesia sin pensar en encontrarla de nuevo.
Al llegar a la salida la divisó. Natalia estaba de espaldas, la miró por unos instantes. Su piel de durazno tostado y su voz levemente ronca le acalambraban los pasos. Pensó que podría pasar desapercibido. Caminó pero quiso mirarla nuevamente. Se resistió, se dijo “vamos para la casa mejor” pero volteó la cabeza en el mismo instante que Natalia.  En aquel pequeñísimo momento recordó la pregunta por la cual muchos compañeros de clases rieron: “¿qué se ama cuando se ama?” citaba el profesor Antonio al poeta Gonzalo Rojas. ¿Ella era el amor o el amor soy yo que la quiero a ella? se cuestionó Marito volviendo a su mente de sopetón y a la misma velocidad la vergüenza. Antes de enderezar completamente su rostro echó marcha sin imaginar que de frentón chocaría con el mismo árbol deshojado por el que apareció Natalia. Marito corrió al río sin escuchar risas.

Al llegar a la orilla algunas ovejas bebían sedientas bajo el sol incandescente. Entre el balado y el sonido de las pequeñas cascadas musgosas del río, Marito hizo un espacio y se sentó. Bajo el agua las algas llamadas “lamas” se movían como verdaderos peces. Sus movimientos ondulares e hipnóticos parecían contar una leyenda que jamás nadie escribió. Aún así las aguas eran transparentes y su superficie un espejo de tono verde claro. Marito lanzó una piedra y una figura apareció, era Jimena la joven pastora de las ovejas.

“Hola Marito, ¿en qué andas?” dijo Jimena. “Nah, un poco aburrido eso es todo” contestó Marito. “¿Aburrido tú? Mejor aprovecha el día no seas tonto” dijo Jimena. “Sí lo aprovecho pero a veces no hay nada que hacer” replicó Marito. “¿Nada que hacer? entonces ayúdame a llevar a las ovejas” dijo Jimena. “Te acompaño hasta arriba no más, ya me quiero ir a la casa”.

Lentamente comenzó el éxodo. Jimena miraba a Marito con ternura, intuía sus angustias. Años atrás la joven pastora tuvo que partir del pueblo para completar su enseñanza media pero regresó antes de terminarla, no aguantó estar lejos del pueblo, lejos del silencio que crecía allá donde pastoreaba a sus animales, donde pisar el pasto seco era similar al sonido crujiente de las galletas, donde no hubo una amor más grande que vivir sin prisa el momento.

El día fue un puñado de agua y el ocaso llegó como si las nubes apretaran el sol.
El sol se alejó y la noche llegó con su cara llena de pecas blancas.

Fue un día especial para Marito, diferente al resto de los días que recordaba. A la hora de la cena a penas dio unas cucharadas a la sopa, tomó al gato y aprovechó los últimos minutos de luz eléctrica.  El motor del pueblo proveía de electricidad  hasta las 11 de la noche sin embargo en ocasiones la vieja máquina fallaba.

 Antes de dormir Marito pensó en la primera vez que conoció a Natalia. Evocó una tarde de otoñó, el día gris, las calles más vacías de lo acostumbrado, el coro de la escuela ensayando una canción cuya única estrofa descifrable era “sopla el viento” y aunque no soplaba el viento en aquella ocasión algo tan ajeno como un copo de nieve en el desierto cruzó la esquina de la posta rural,  avanzó por un pequeño pasaje , corrió hasta los únicos columpios del pueblo y en el vaivén del movimiento la observó de arriba a abajo deteniendo su rostro de ojos cerrados justo cuando estaba más cerca del cielo. Marito se quedó dormido recordando a Natalia.

Aquella noche papá Mario olvidó cerrar la puerta de la cocina, oportunidad que aprovechó rayito para escabullirse por entre la trenza de ajos y el antiguo agujero antes una chimenea de salamandra. Rayito cruzó la noche sobre el techo de la casa. Impávido sorteó el frío, se detuvo, miró algunos segundos las estrellas. Bajó de un saltó hasta un tambor repleto de semillas de zanahorias. Al intentar llegar al suelo movió levemente un par de botellas vacías de cerveza. Igualmente impasible siguió su rumbo tan desconocido como ese espacio oscuro que separa los astros.

El tímido sol del Este dada sus primeros abrazos. Sobre el campo los hombres comenzaban la jornada. A contraluz no eran sólo hombres sino perfectos trazos de una pintura; óleos con picota y vino avanzando entre la tierra sembrada.

El viento frío de la cordillera se esparcía como un suspiro. Algo mágico ocurría entre las casas del pueblo al contacto con la fresca brisa. Al menos un integrante por familia abría los ojos en sincronía con sus vecinos. Marito despertó recordando el sueño donde entendió el por qué de aquel singular suceso sin embargo, el sonido de una zampoña lo distrajo y los códigos oníricos desaparecieron. A Marito no le importó demasiado, prefirió poner atención a la música. Sin echar de menos al gato miró por la ventana y se dio cuenta que en realidad era el viento el que orquestaba el sonido.
Las botellas vacías antes movidas por rayito quedaron de tal forma que la naturaleza se encargo de tocarlas.

martes, 7 de marzo de 2017

El Último Trino del Gorrión / 1ra Parte

Despertó en la mañana y el frío intenso de la noche dio sus últimos suspiros por entre las pequeñas hendiduras del techo. De esas mismas grietas la luz revelaba el polvo como copitos de oro blanco suspendidos en el aire. Amanecía en San Francisco de Chiu Chiu y el trinar de los gorriones era antecedido por el viento. El pequeño Iván hijo de Alina Zorich irrumpió el silencio con las cumbias de moda. Mamá Tita, la matriarca de la casa, bostezó entre risas buscando su chaleco inmune al deshilache. Marito seguía en cama, en silencio, disfrutando la cotidiana escena.

El verano pasó lento entre carnavales y zambullidas en el río, tal vez el más hermoso que vivió Marito aunque para él sólo fueron días calurosos, fotografías de una carrera al río y la noche como el velado pero con estrellas, muchas estrellas.

Aquella mañana fría dos gallinas castellanas de las nueve que habitaban en el patio intentaban entrar por la puerta trasera de la casa. Marito las correteaba apenas con la intensión y un leve movimiento corporal.  El aroma de los cuatro huevos frescos rescatados minutos antes de la gallina estrella inundó la casa despertando al gato y aunque a rayito no le gustaban los huevos de igual forma agitó la cola como disfrutando ese mágico e imperceptible momento cuando el crujir del pan recalentado detuvo el tiempo por unos instantes.

En la mesa, aún con minúsculos restos de la noche, el vapor del té con menta dibujó siluetas que dejó contemplativo a Marito. Él recordaba la quema de pastizal del tío Marcial y ese humo intenso que espantaba a insectos y lagartijas.  Alguien tocó a la puerta en el momento exacto en que todos guardaron silencio. Era Benita, cuidadora de la iglesia.

“Te ganaste la lotería ingrata que ya no vení” dijo mamá Tita preparando la mesa para otra taza de té. “Es la pierna Tita, la custión no se me pasa” replicó Benita. “Estás vieja, ¿ya tomaste tecito?” dijo mamá Tita. “A eso vengo y pa´ una frieguita también” contestó Benita.

El calor de un nuevo día se colaba entre la gente y el pequeño Iván y todos en la mesa daban un poco de luz con las palabras. Una conversación cotidiana, las migas repartidas en la mesa, papá Mario en el potrero, las manos secas, el cosquilleo en la mejilla y de pronto el recuerdo, el recuerdo llegó a Marito congelándole los huesos. “El lunes entro a la escuela” pensó,  y sintió por supuesto que el mundo rodaba por la mesa, que todos rodaban por la mesa y lo dejaban solo. 

El mediodía en Chiu Chiu es un cerrar y abrir de ojos frente al sol. El parpadeo desliza el exceso de luz y el fulgor se va al resto de las cosas.

Marito caminaba por las calles blanquecinas pateando fragmentos de barro seco. No conocía la angustia hasta entonces, tal vez un par de preocupaciones relacionadas con la salud del gato y el desteñido de sus pantalones favoritos. 

Luego de algunos minutos de caminata llegó a las tierras de su familia. Ahí estaba papá Mario a punta de pala y picota recogiendo la cosecha de zanahorias. El viento era más fresco bajo la sombra del pimiento que observaba a los hombres hacía ya muchos años.

“Sírvase coca mijito y traiga los vasitos para el resto” dijo papá Mario. Marito sirvió con paciencia los vasos espumosos de azúcar. Los demás hombres se unieron en silencio bajo la sombra del árbol. 

El viento disminuía su marcha hasta quedar suspendido. “¿Qué piensan todos?” se preguntó Marito cuando en realidad nadie pensaba nada. Era vacío, espontánea abstracción de un día similar a los anteriores, llenos de calma y un gorrión atravesando el silencio. 

Desde aquel lugar podía apreciarse el pueblo; las casitas bajas y sus muros de barro, los pimientos más altos. 

Sólo faltaban un par de sorbos para que todos terminaran de beber. Marito fue el último cuando oyó su nombre expandirse desde el pueblo hacia todas las direcciones. “Teléfono para Marito Zorich, teléfono para Marito Zorich” repetía el parlante del único teléfono de Chiu Chiu. Marito y papá Mario se miraron de frente. Sin decir palabra entendieron el “anda” y el “voy corriendo”  más rápido que al pronunciarlo. Marito trotó tranquilo, llegaría a tiempo antes de que volviesen a llamar.

Cruzando la entrada principal del pueblo Marito olvidó por completo su reciente angustia. Le siguieron dos perros dejando una estela de polvo en el camino.

Colindante a un museo –jamás inaugurado- se encontraba la pequeña habitación con el teléfono. Marcela Cavour era la encargada de atender las llamadas y anunciarlas a viva voz en pleno desierto.

“Hola Marcelita, ¿quién me llamaba?” dijo Marito. “Tu hermano parece, pero no sé cuál de los dos. Siempre se me confunden” pronunció Marcela. El teléfono sonó. Contestó Marito.


“¿Aló? Marcos cómo estay. En el potrero. Pero mejor dile a la mamá. ¿Vas a venir mañana?” decía Marito. “Chatito, mañana en la mañana estoy por allá y adivina, te acabo de comprar la corbata pa´la escuela” dijo Marcos.

El sonido de una cumbia sonó en el aire. Marito recordó la letra: “Cartero por favor, entrégale esta carta, cartero por favor y dile que la recuerdo”.
Cuando acabó el coro de la canción Marito se despidió de su hermano. Con paso lento y cabizbajo avanzó hacia la plaza en dirección a la escuela. Caminó por el frontis zigzagueando los pilares. “No quiero dejar mi pueblo” pensó, pero nada podía hacer.

sábado, 4 de marzo de 2017

Ya no me conmuevo como ayer
Un paso a la vez
Otro paso de vez en cuando
Inmóvil a veces
Inmóvil todo el tiempo

Cuando termina la película
comienza otra
y no encuentro el temblor
la paloma en la pupila
el murmullo en el oído
la rasa arena bajo el agua

Pienso en los días de sal y en los días de sol
ambos en la garganta talándome palabras

Si yo pudiera seguir el rayo
allá donde crece una helada mañana
llena de tierra húmeda
lleno de esperanza sin tener esperanza
lleno de amor sin un beso
lleno de risa apenas el labio ascendente
la brisa sobre la hierba 
el trino bajo la luna
la niña y la llama cruzando la plaza

Un segundo ya no me conmueve como ayer
me detiene entero
y soy más frágil y terco
cuando no vuelvo de allá
por miedo a que acá
me rompa el silencio