lunes, 13 de marzo de 2017

EL ÚLTIMO TRINO DEL GORRIÓN / 3RA PARTE / FINAL

Cada domingo era costumbre visitar el cementerio del pueblo. La tradición era simple: repartir claveles y cigarrillos a quienes ya no estaban. Marito era el más entusiasmado con la tradición, ofrendándose así mismo continuas y largas piteadas.

De regreso a Chiu Chiu podía observase los amplios pastizales desteñidos por el sol.  Lo verde se conservaba es cierto pero su tono dorado dominaba el paisaje. Marito observó como el viento semejante a una ola recorría los pastizales más allá de lo que sus ojos podían ver. Sin tener plena claridad de sus sensaciones bajó LA ventana del automóvil, inhaló fuerte y sintió como si todas las cosas vinieran de él. Su paz el viento, su corazón el sol, el río como sus venas, las "lamas" como el amor. Marito perdió la mirada por varios minutos, su hermano Marcos lo observaba mientras en la radio tocaban una suave melodía que se perdía entre corrales y polvo.

- ¿Dónde tienes la cabeza Marito? dijo Marcos
- Debe estar enamorado, replicó mamá Tita
- Me da un poco de miedo cambiarme de escuela e irme del pueblo, dijo Marito
- Tranquilo hijo, harás nuevos amigos, aseguró mamá Tita
- Pero me gustan los amigos que tengo acá, contestó Marito
- Tienes que estar tranquilo. En la noche viene el profesor Antonio, él hizo clases en la escuela donde vas a estudiar, además viene con Natalia. Dijo mamá Tita

Daban las 2 de la tarde en Chiu Chiu y el pueblo recibía a escasos turistas. El pequeño Iván revoloteaba juntos a sus amigos cerca de la escuela. Desde un extremo de la plaza Alina Zorich gritó: ¡Iván a comer! mientras los demás niños se dispersaban entre gritos y risas.

Marito fue en búsqueda de sus amigos, era tarde de pesca. Bajando por la entrada principal del pueblo, Pequita lavaba zanahorias con rapidez y agilidad. En una malla de grueso tejido introducía los tubérculos agitándolos con fuerza hasta sacarle toda la tierra. Su padre lo observaba atento mientras divisaba a Marito cruzando el río.
Con un apretón de manos Marito invitó a Pequita y ambos partieron con la esperanza de pescar las mejores truchas de la temporada.
A tres casas de la sede social de Chiu Chiu se encontraba el pequeño almacén donde trabajaba Luchín el tercer amigo del grupo. Marito y Pequita lo observaron por la ventana mientras Luchín perdido en sus pensamientos se hurgueteaba la nariz sin dar con el rebelde moco. De sorpresa ambos amigos entraron al almacén y dijeron: "A falta de amor te comes los mocos". Luchín contestó: "presénteme a sus primas y me como otra cosa". Los tres amigos partieron riendo

Marcos el hermano de Marito supo de la pesca y se unió junto al tío Marcial, las botas de caucho, los cigarrillos y por supuesto el sedal sobre un tarro de conserva cual una caña de pescar.

A 30 kilómetros del pueblo se encontraba "El Puente del Diablo". Allá se instalaron y esperaron pacientes. "Está mala cosa" dijo Marcial. "Son estos muchachos tienen la cara muy fea, seguro asustan a las truchas" contestó Marcos. "Seguro tú tienes la cara de porcenana" dijo Luchín. Mientras todos al unísono replicaron: ¡porcelana! 

Las risas en las quebradas del río crean ecos largos y aterciopelados sin embargo aquella vez Marito sintió que las carcajadas fueron mucho más allá de lo pensado. Imaginó que en algún lugar del planeta alguien reía sin razón y luego en silencio quedaba sorprendido.

Caía la noche y la ausencia de luna favorecía la pesca. Al fin picaban las truchas mientras Marcial encendía un cigarrillo contemplativo y satisfecho. Recordó sus años de juventud cuando las pesca era entretención y necesidad. Botando el humo por la nariz Marcial dijo: "Cuando era chico venía en bicicleta a pescar y pedaleaba hasta que se acalambraban los pies. Esa vez estuvo buena la noche. Se me hizo tarde y me devolví con el bolso lleno de truchas. Iba contento y con hambre pero de pronto detrás de mí, sentí un zumbido grande, miré hacia atrás y una luz blanca alumbró todo el camino. Me dio miedo y avancé lo más rápido que pude. Peor fue darme cuenta que había perdido todas las truchas. Me cagué de miedo pero más de hambre" sostuvo Marcial. "¿No habrás tomado mucho vino?" dijo Marcos "Un poquito pero el vino no hace que salgan esas luces" afirmó Marcial. "A lo mejor tomó la botella al revés" dijo Pequita y las risas marcaron el fin de la pesca. Esta vez Marcial comería una abundante cena.

Rayito no acostumbraba a maullar pero aquella noche lo hacía  buscando la luna.

Marito ordenaba sus cuadernos repasando imagen tras imagen lo vivido aquel mágico fin de semana. Vio la corbata de su nueva escuela sobre la cama, el uniforme gris y los zapatos negros. Tocó sus labios secos mirando la ventana. De pronto alguien tocó la puerta, era el profesor Antonio acompañado de Natalia. Mamá Tita los recibió con un cálido abrazo. Marito salió a saludarlos tímidamente. "Cómo estás Marito, me dice tu mamá que estás un poco asustado. No debes tener miedo, la escuela no muerde, harás muchos amigos y luego con el tiempo no vas a querer irte. Traje a Natalia para que te cuente su experiencia". Mamá Tita y Antonio fueron a la cocina.

Natalia miró las zapatillas llenas de barro de Marito, le dijo que no tuviera miedo que al principio es raro, que cuesta un poco adaptarse pero todo pasa y después se siente bien, luego conoces gente linda, especial "como tú" pronunciaba. Marito quedó en silencio apenas levantando sus ojos para mirarla. No tengo tanto miedo, dijo, puedo irme a estudiar a otro lado pero sé que volveré todos los fines de semana, sólo que me da un poco de pena no ver a mis amigos siempre y... a ti, que casi ya no te veo.

Ambos siguieron conversando y en forma gradual aparecieron las risas y esas miradas que cuentan lo que algunas palabras ocultan.  Todo amor no importa la edad vive una sed única. Cada página de la vida ofrece momentos irrepetibles que quedan flotando en los ojos, que quedan marcados en alma.

La oscuridad tan rápida como la luz dejó caer toda su fuerza. Marito oyó algunas palabras en la cocina cuando el viejo motor de pueblo así como un viejo auto dejó de funcionar y todo Chiu Chiu quedó a oscuras. Antes que la luz de las velas iluminaran la casa, Marito sintió una leve brisa tocando su rostro. Segundos después los fríos labios de Natalia besaron como la luz al agua su boca. 
Luna en el mar sentía bajo el cielo tan negro y hermoso, su primer beso, su único y amado beso vivía en la eternidad de esa noche infinita.

La luz al pueblo volvió y luego de algunos minutos Antonio y Natalia volvieron a casa.

Al día siguiente el mismo sol que se colaba por las hendiduras del techo despertó a Marito. Era un día especial, tantas cosas nuevas en un sólo corazón. Papá Mario preparaba el auto, mamá Tita el desayuno, Marito su uniforme. 

Al partir del pueblo, Marito volteó la cabeza para mirar a su querido Chiu Chiu. Con sus pupilas cristalinas suspiró y le dijo a su padre "creo que soy feliz". Papá Mario lo miró y esbozó una sonrisa. Marito nunca volvería al pueblo.


No hay comentarios: