sábado, 20 de abril de 2019

Sobre la memoria y una cabeza llena de canas.

Ese áspero dedo pulgar, moreno y arrugado que tocaba mi frente 
cálido como la arena bajo el sol, ya no toma la pala ni la escoba ni  acaricia mi cabeza. Hace años que murió mi abuelo uno de mis  primeros recuerdos de niñez.


Existe una foto de aquel momento, allá por los 80 celebrábamos mi cumpleaños número tres. Sentado en la cabecera de la mesa, vi niños que no recuerdo y una cancha de fútbol como torta. 

Al girar la cabeza de izquierda a derecha me encontré con el rostro sereno de mi abuelo. En la foto nos miramos de frente y sonreímos. 


Pienso en la foto, pienso también que hace mucho nadie la ve. Es probable que la caja donde esté guardada haya visto un poco de luz. Pienso en la luz de costado entrado por la caja. Veo desde arriba la luz avanzado lentamente en la sombra. En forma ascendente va develando a los niños de aquel momento, la torta con la mini pelota, la sonrisa de mi familia y justo ahí, el rostro de mi abuelo y el mío, vivo y luminoso en el oscuro espacio de la caja entre el oro resplandeciente del polvo suspendido.



Tan similar es la memoria. 

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