Lo que deba decirse con poesía
que sea melodía de cualquier sitio.
Que intrigue como el destino del perro
que es visto de reojo avanzar decidido
por una tierra que nunca pisaremos.
Que nazca en el inmenso océano
cuyo horizonte siempre es un sol naciente,
que cada letra reviente en las orillas del cuerpo.
Que sea vista con la cabeza apoyada en el vidrio
bajo la sombra intermitente de los árboles.
Que tenga el aroma de las mujeres que amamos,
las manos ásperas del abuelo
y el rostro inocente de un niño.
Que sea siempre invisible
y se recoja junto a los rayos del sol
para volver en porciones de luz
en el agua oscura de la noche.
Que no sea de los poetas
ni del presentador de televisión
ni del influencer de turno.
Que golpee la puerta después de años
y nos recuerde a quienes amamos de verdad.
Que sea como el hilo de la bolsa del té
amarrado en la oreja de la taza
cuya nomenclatura insospechada
sólo puede ser abierta por dos corazones.
Que sea como el pan
que sea como el hambre.
Que sea siempre una oportunidad
para reunir nuestros pedazos
en los pedazos del otro.
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