Y era un pañuelo blanco
sedoso
y una oscuridad robusta, extensa
Y el pañuelo caía
como las bailarinas mueren
con sus brazos alargados
cristalinos
Y un piano sonaba
encaracolado e infinito
lento, enamorado
acariciando un rostro casi dormido
Así fue como cerramos los ojos
tú allá
a cientos de ventanas de mí
con los puntitos desenfocados de la ciudad
el ruido intermitente de los autos
los semáforos titilando
el perro enroscado en la esquina
y esas imágenes de nosotros
por las calles vacías
buscando una excusa para no volver a casa
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